sexta-feira, 12 de setembro de 2008

LA GUERRA, MI INEFABLE COMPAÑERA

Por Gregorio Baremblitt

Cuando yo tenía cinco años de edad dibujé en una gran pared que había en mi casa un conjunto de redondeles y trazé entre ellos líneas entrecortadas que, al mismo tiempo que conectaban los círculos, los separaban. Cada circunferencia llevaba escrito en su centro el nombre de un país, y todo el “mapa” tenía como subtítulo una frase que preguntaba: “Porque no son unidos”?.
Estabamos en plena segunda guerra mundial (1939), mi padre y mi madre, judíos fugitivos los progrooms zaristas, y después de los bolcheviques, fueron a parar al interior de Argentina.
Por esa época, mi padre, que era técnico electromecánico formado en Odessa, me enseño a fabricar una pequeña radio que funcionaba a base de un antecesor de los transistores, una piedrita que se llamaba galena. A esa piedra se le agregaba una bobina de alambre de cobre, una pila eléctrica y un par de audífonos, se conectaba el conjunto con una antena alta colocada en techo de la casa y se podía escuchar una sorprendente gama de noticiarios durante las 24 horas del día. El artefacto consumía casi cero de energía.
Tomado por una verdadera pasión, entre aterrorizada y lunática, yo me pasaba horas escuchando las noticias acerca de las viscisitudes del conflicto y no pocas veces me sorprendía llorando al saber de los muertos, de los heridos, de los mutilados y de la destrucción despiadada de bienes ciudades y reliquias históricos. En un cine que quedaba cerca de donde vivímos, imágenes de las víctimas y de la ruinas, sonidos de las explosiones y de los gritos de dolor y de rabia pasaban ante mis encandilados ojos y estremecidos oídos durante los noticiarios y fimes bélicos de las sesiones del domingo por la tardes.
Mis padres jamás me contaron una palabra acerca de lo que habían pasado y cuando fui mayor me explicaron que no querían que comenzase mi existencia con miedos, odios y resentimientos.
No obstante, mis progenitores no podían ocultar de mi que mi abuelo y mi único tío maternos fueron asesinados por los nazis, y que lo mismo habría ocurrido con ellos mismos si no consiguiesen escapar.
Yo era un hijo casi único, porque mi hermana, bastante mayor que yo, ya era universitaria y vivía en otra ciudad. Mi soledad estaba poblada de cañones, tanques, aeronaves y portaviones...
Cuando recorro retrospectivamente mi vida, cuyo relato a nadie interesa, me doy cuenta que nunca, absolutamente nunca, pasé ningún período de mi existencia sin estar conectado con una guerra, o dentro de alguna de ellas. Queridos amigos y amigas míos fueron presos, torturados, exilados y muertos en guerras civiles; mentores intelectuales que contribuyeron a la distancia para mi formación tuvieron el mismo destino en guerras de libertación nacionales o internacionales.
Mi biblioteca incluye una buena cantidad de libros y películas de guerra, y, en éstos tiempos informatizados globales, rara vez pierdo una noticia bélica, sea cual sea el medio que la transporte.
Sufro, me desespero, me enfurezco y me indigno frente a todo cuanto se refiere a la guerra, igual o más que cuando tenía cinco años de edad.
Lo extraordinariamente paradojal es que una de las facetas del panorama bélico que más me repugna y enfurece, es cuando me entero de que alguien dice o escribe que la guerra “es parte de la naturaleza humana”. Me dan ganas de matar al quien afirma esa imbecilidad...o de retirarme para siempre de la citada “naturaleza”, mi inefable compañera.

Um comentário:

Tαиια Møиtαи∂øи disse...

Perguntam-me pq não temo altura, animais selvagens, matas fechadas e a maioria das coisas que as pessoas costumam temer e por vezes tenho pânico de ser humano. E perguntam como se eu fosse a única e não houvesse motivo algum para tanta excentricidade. Não vivi dentro de guerras fisicamente, entretanto sempre as senti e sinto culpa por elas terem ocorrido, ainda as que aconteceram antes que qualquer alguém pudesse supor que eu existiria um dia. Ao mesmo tempo, sinto raiva como se tivessem matado minha família e desespero como se eu tivesse no meio do tiroteio com arma na mão sem conseguir apertar o gatilho, embora nunca tenha estado perto geograficamente de quaisquer briga armada.

Até que um dia alguém me consolou dizendo que, de certa forma, somos todos um. A fala tradziu meu sentimentos ilógicos, mesmo não fazendo diferença alguma