Mucha gente se está preguntando porque la prensa oral escrita y visual le da peródicamente tanta importancia a crímenes llamados hediondos. A los mismos les dedica un tiempo y un espacio en los medios que, comparado con los que da a otras noticias de extrema importancia etica, moral y humanitaria, es extraordinario.
Los analistas han invocado toda clase de causas, razones y motivos, desde los más evidentes (el público se galvaniza con esos eventos y consume más mensajes al respecto), hasta los más sofisticados, como por ejemplo la satisfacción del sado-masoquismo de consumidor de noticias, que lo lleva a identificarse con los victimarios o con las víctimas del crimen.
Sin querer descatar ninguna de las hipótesis levantadas al respecto, desearía, en éstas pocas líneas, destacar ciertos rasgos que no me parecen suficientemente resaltados en las crónicas.
Buena parte de esos delitos envuelven, de muy diversas maneras, relaciones de parentezco; las mismas van desde las más estrechas (padre, madre, hijos,hermanos, marido, mujer, primos, tios etc), pasando por las de segundo orden (suegro, suegra, yerno, nuera etc)hasta llegar a las de tercer nivel, (como por ejemplo novios, novias, enamorados, enamoradas, amantes y demás).
En principio la cuestión parece simple: causa más horror y repugnancia (y por lo tanto más atracción), el crimen practicado entre miembros de las relaciones de parentezco (alianza y filiación), o de proximidad afectiva, que los perpetrados por "extraños" o entre "extraños".Ese grado de extrañeza crece por relación a la proximidad o distancia racial, nacional, geográfica y demás, tornándose un tema apasionante determinar cual llega ser el "mínimo" de identificación o el máximo de extañeza que es vivido con respecto a las violencias que aqui nos ocupan.
No pretendo que estos asuntos sean novedad alguna, sobre ese particular se han hecho inumerables estudios, especialmente antropológicos y psicosociales. No obstante, hay un aspecto que no me parece suficientemente enfatizado.
Se trata de que tal vez esos crimenes espantosos, espectacularmente subrayados por los medios de comunicación (y no necesariamente por los llamados "marrones'), recuerdan al receptor de las noticias la fragilidad de las relaciones de proximidad, la imperiosa exigencia de cuidarlas y de cultivarlas. Pero eso no es todo, ni siquiera lo más importante, porque si en el seno de las mismas pueden ocurrir hechos de tal ferocidad, los que suceden entre los congéneres más distantes, no solo no tienen dimensión comprensible y soportable, sino que seguramente no deben tener ninguna solución viable.
Toda ese teatro del horror acerca de los crimenes entre cercanos exacerba el ya dificultoso entendimiento de quien es "el prójimo" al que supuestamente debemos amar por igual, e igual que a nosotros mismos.
Gregorio Baremblitt
sexta-feira, 13 de agosto de 2010
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