Unas décadas atrás las ciencias sociales y políticas entendían por masa a un enorme conjunto informe e inexpresivo de individuos anónimos sin vínculo alguno entre si (véase la serialidad sartreana), o con una coherencia circunstancial y efímera. Essa noción de masa mal disimulaba su sinonimia con términos peyorativos tales como: plebe, muchedumbre, gentuza etc.
La división de la masa en clases sociales, o bien fue ignorada arbitraria y astutamente, o sus luchas fueron idealizadas como siendo “el motor de la historia”, o su validez fue cuestionada por una enorme dificultad para definirlas “científicamente”. Diferenciar todos esos nombres del conjunto difuso llamado “pueblo”, sigue siendo un desafío para el conocimiento.
Últimamente pensadores neo-revolucionarios han acuñado (o exhumado?) el concepto de multitud para la masa como significando una pluripotencialidad anárquica, imprevisible aunque no indeterminada.
Sea como sea que ese colectivo se caracterice y se defina, lo cierto es que, en las democracias constitucionales, la gran mayoría de sus componentes elije sus representantes gubernamentales indirectos mediante el voto, libre y secreto. Este procedimiento, que ha sido, si duda alguna, una conquista fundamental en la historia universal, no obstante, está lleno de defectos e insuficiencias.
Comenzando por el sugestivo hecho de que, en los países en que el voto no es obligatorio, el porcentaje de votantes, no demasiado raramente, es menor de cincuenta por ciento. Esa proporción de ausentes, sean cuales sean la causas de esa omisión, es un grave indicador de las deficiencias del régimen. Eso sea dicho teniendo en consideración que la sociedad civil (muy marcadamente el capital privado) tiene con el gobierno que ocupa el Estado complejas y vitales relaciones de poder.
Entre otros casos, sea el voto obligatorio o no, son conocidas en todo el mundo las maniobras de compra de votos, de clientelismo,
de caudillismo, de imposición autoritaria, de mito y megalomanía así como manipulación general publicitaria de las campañas electorales, fuertemente favorecidas por la ignorancia, analfabetismo y la fuerte tendencia a la corrupción de candidatos y electores.
Algunos de los vicios mas tristes y grotescos de ese estado de cosas, consiste en las alianzas políticas partidarias u otras claramente oportunistas, o en la opción de un candidato u otro en función de un aspecto no prioritario de su perfil y programa en detrimento de otras de sus propuestas, mucho más significativas para la sustentación de la vida de toda una sociedad.
Ante ese panorama, quien aspira a una civilización más justa, igualitaria y fraterna, teme encontrarse pronunciando diagnósticos apresurados del tipo de “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, o “La función esencial del gobierno es convencer al pueblo de que es necesario y justificado”.
Una versión muy difundida de esa ética comicial es la asumida y pública asunción de un cinismo generalizado que excluye de las razones de un voto a cualquiera que contemple los intereses y deseos de la totalidad del electorado. Se vota a quien supuestamente contempla necesidades sectoriales exclusivas aunque las mismas no contemplen o conspiren contra lo que alguien llamó Felicidad Interna Homogénea Básica (FIHB).
El citado cinismo asumido tiene una dudosa virtud: ya no oculta la indiscutible verdad de que los gobiernos de la democracia representativa no “gobiernan para todos”, sino para el sector y los segmentos sociales que los llevaron al poder.
Gregorio Baremblitt
quarta-feira, 20 de outubro de 2010
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3 comentários:
Estimado Gregorio, le escribo desde Buenos Aires. Estoy trabajando en una biografia de Emilio Rodrigué y me interesa su opinión en muchos aspectos. El libro forma parte de una colección de psicoanlistas argentinos, para la cual ya escribí y salió publicada la vida de Arnaldo Rascovsky.
Le dejo mi mail personal para que me escriba y le cuento en profundidad el proyecto.
Muchas gracias
Un saludo afectuoso
Roxana Barone
roxana.barone@gmail.com
Es increible como tanto el capitalismo como sistema tanto como el estado y su regimen democratico no ocultan lo que hacen, aunque lo que hacen es inconfesable es consabido, está en la superficie, digamos que no hay secretos. Sin embargo para que funcione requiere de la creencia de que es el único modo posible de organizar el poder. en ese sentido el esquizoanálisis tiene por delante la invención en acto de nuevas máquinas de guerra. Ahora cuando digo esquizoanálisis no digo un agente profesional, ni una máquina politica que busque tomar el poder, sino la emergencia de una nueva máquina de guerra que solo puede producirse autopoiéticamente en el seno de la multitud. Gracias amigo por tus estocadas que nos acompañan estoicamente en nuestros insignificantes quehaceres cotidianos.
lo que me parece buenísimo de lo que escribe (sea libros o artículos), es que no sea anda con vueltas, y que no utiliza toda la verborragia de moda en el mundo académico "progresista". para ser respetado en las universidades, hay que tener un discurso "alternativo", pero no comprometerse mucho en la realidad; utilizar toda la batería de conceptos elaborados por Foucault, Guattari, Deleuze, pero pero tener una práctica de vida conservadora, individualista, y represiva (en caso de ser docente o tener algún espacio desde donde poder regodearse en el ejercicio del poder). En definitiva, prefiero esa escritura, que tomando los aportes teóricos de los últimos 40 años, no se esclaviza en el snobismo vacío, que dice un montón de palabras pseudo poéticas, para no decir nada.
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